Recuerdos de mi suegra 1

Recuerdo aquellos días, yo tenía 24 años, estaba recién casado y mi suegra, con sus 44 años, no sé por qué pero cada vez que la visitábamos, lucía muy sexy; en esos tiempos, ella era un poco gordita pero se veía de lo mejor, siempre con sus blusas escotadas y en ocasiones, transparentes. Lo que nunca olvidaré fue cuando un viernes, ya anocheciendo, le pidió a mi esposa que nos quedáramos con ella porque le daba miedo quedarse solita, pues mi suegro trabajaba de noche y durante el día, se iba al gimnasio o andaba en sus otros negocios, así que aceptamos.

Entonces, me pidió que por favor, le preparara un trago de tequila y me hiciera otro para mí, eso hice y comenzamos a platicar hasta que al cabo de varios tragos, a mí se me empezaron a ir los ojos en tan golosas tetas, entonces me preguntó “¿qué tanto me ves?, ¿no son suficientes las de mi hija?”. Le contesté muy firmemente que no, añadiendo “tus tetas son únicas, perdóname por el atrevimiento”, enseguida se levantó un poco seria y se fue a su recámara. Yo pensé que ahí terminaba no solo mi visita pero también, mi relación con ella pero cinco largos minutos después, volvió, ahora vestía una bata casi transparente, ¡puta madre!, sentí que me ahogaba con mi propia saliva.

Así pues, ella caminó muy despacito, mirando para el cuarto de arriba donde dormía mi esposa y mi hijita, al tiempo que me le quedaba mirando a sus nalgas, tan blancas y tan buenas que se le miraban, además que no traía calzón y al voltear, me hizo una seña que la siguiera. La verdad, comencé a temblar de miedo, sólo con mis 24 años y sin mucha experiencia pero la seguí mientras ella iba moviendo el culo y hasta sentí que mi verga me rompía el pantalón.

Entramos a su cuarto y cerrando la puerta, me indicó “¿muy cabroncito?, pues mámamelas, cabrón”, quitándose la bata y quedando bien encueradita, enseguida le empecé a mamar las tetas, a tal grado que no me daba abasto, eran las primeras tetas gigantes que mamaba. Al rato, me dijo “ya me calentaste, cabrón, déjame mamarte la verga”, ¡pútale!, entonces me dio unas mamadas que jamás me habían dado. Después, la acosté poco a poco, entonces le levante y le abrí las piernas, dejándome a mí solito esa velluda panochota que tantas veces deseé, enseguida se la empecé a mamar con mucha ternura mientras ella brincaba y se retorcía demasiado, diciéndome con una voz muy baja “¡ay!, papacito, ¡ay!, ya casi me haces acabar”.

Instantes después, sólo sentí cómo me llenaba todos mis bigotes con su lechita y se la seguí mamando hasta que me dijo “por favor, cógeme, cógeme, la necesito como no te imaginas”, entonces la puse a gatas y ¡piche madre!, se miraba tan buena, mil veces más que las hijas. En esa posición, se la metí y solo pujaba y pujaba y mientras me la cogía, le pregunté cuál verga le gustaba más, si la mía o la de su puto marido, solo me contestó “la tuya es verga, no chingaderas” y mientras me la cogía por su panochota tan sabrosita, le empecé a poner saliva en el culito con el dedo y a abrírselo poco a poquito, solo me decía “no, amor, no por el chiquito, de ahí sí soy virgencita, ese ni a mi marido se lo daré”.

Pasados unos instantes, le dije “solo la puntita, mi amor, quiero terminar en él, ándale, amor, por favor”, añadiéndole “ni a tu hija me la he chiquiteado”, entonces me señaló “está bien pero solo la cabecita, prométemelo” y naturalmente, se lo prometí. Cuando sentí que casi me venía, se lo empecé a meter al culo, poco a poquito hasta cubrir la cabecita de mi verga, pidiéndole “muévelo, amor, para acabar en él, ¡pútale!, no solo lo movía pero se la empujé todita hasta adentro mientras pujaba a lo cabrón, diciéndome “¡ay, cabrón pero qué rico y tan pendeja que no quería!”.

En pocos minutos, empecé a venirme en su culo y me decía “¡todos, amor, todos!”, me sentí en la gloria, aunque quedé con la verga y los huevos llenos de mierda pero me valió pura madre, después se la empecé a sacar poco a poquito y me dijo “me voy a meter a bañar, vete a la sala y ahí espérame”. Entonces, le pedí un último favor y me cuestionó “cabrón ¿qué más te puedo dar?”, le respondí “una suculenta meada, amor mío, te lo ruego de rodillas”, diciéndome “ay, cabroncito, nadie me ha pedido todo eso, vente a la bañera y acomódate”.

Ya en el baño, me acosté en la tina, luego llegó ella y se volteó, como dándome las nalgas, entonces se agachó poquito y comenzó a mearme los huevos, luego el pecho, enseguida la agarré y me le pegué a su meada panocha con mi boca. La pobre no aguantó más y me dejó ir un pedonón en la pura frente, disculpándose “ay, perdóname, se me salió” y le respondí “no le hace, amor, también eso me gusta” y continuó hasta que termino y me dijo “agarra la toalla de tu suegro y sécate, espérame afuera, donde te dije”; sin embargo, me metí al otro baño y me eché un regaderazo, así como de vaquero.

Como a la media hora, ella volvió con una pijama muy decente, enseguida se sirvió un café, ahí le pregunté “¿qué nadie te ha cogido así?”, me contestó “no, nunca, aunque a tu suegro no lo dejé por el chiquito como a ti”, luego la cuestioné “y mi suegro, ¿no te coge lo suficiente?”, me contestó “no y ya no me importa porque te tengo a ti”. Después, me indicó “el lunes nos vamos a un hotel cuanto salgas del trabajo, te voy a tener una muy ganada sorpresa” y pensé “¡pútale!”, que me tenía una sorpresa, me la tenía y en la próxima, se los platicaré…